miércoles, 29 de septiembre de 2010

Más impresiones de Santiago de Chile

Hoy he visto el otro Santiago. Pregunté a la gente en el trabajo por el centro de la ciudad, pero no se mostraron muy entusiasmados. Me dijeron que no me quedase por allí más allá de las nueve de la noche, porque era peligroso. No hice caso. Yo quería pasear por el centro y ver la famosa casa de la moneda, donde murió Salvador Allende tras el bombardeo del 73. Cogí un taxi que me llevó allí. El taxista no parecía comprender qué interés tenía yo en ver ese edificio.
Es mucho más pequeño de lo que imaginaba y pasa casi desapercibido en la plaza junto a edificios de oficinas mucho más grandes.
Una colorida manifestación en apoyo de los mapuches con estruendo de tambores e instrumentos de viento recorre la calle Ahumada. Mucha gente, muchos eslóganes cantados, mapuches bailando en sus trajes ancestrales. Las chicas de los cafés con piernas parecen ajenas al bullicio. También los perros callejeros, que los hay por docenas. Un camión de reparto avanza cauteloso por una calle peatonal. Un hombre en silla de ruedas, sin piernas, aprovecha la ocasión y se agarra con una mano a la trasera del camión para que le lleve sin esfuerzo. Va riendo, y sus amigos celebran la ocurrencia, aunque los perros callejeros, poco amantes de las extravagancias, se arrancan a ladrar. Son las diez y tengo hambre. Veo un McDonalds y entro. Un auténtico ejército de empleados se entorpecen unos a otros tras la barra, pero el caso es que nadie parece estar preparando hamburguesas. Los clientes esperan pacientes mientras los empleados y las empleadas cruzan bromas y risas. Nadie parece molesto, y yo tampoco. Al final, poco a poco, van saliendo misteriosamente las hamburguesas.
Salgo a la calle. Los ecos de la manifestación se oyen trasmonto. Las calles se van vaciando de gente y los comercios ya están cerrados. Un hombre viejo que hurga en la basura examina poco convencido un caja de cartón con restos de comida rápida. Un señor de gran tamaño y potente voz está cantando, innecesariamente amplificado por unos altavoces. Otros le acompañan con guitarras. Hablan de Dios y del camino verdadero.
Cojo un taxi y me vuelvo al barrio del Golf, donde todo está limpio y no existen los mendigos, ni los chuchos ni los mapuches. Ya es hora de ir a la cama.

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